Cecilia Vera de Gálvez, Andrés Emilio León, e Ivis Flies, en la FIL GYE 2017 |
La Casa de la Cultura Ecuatoriana ha publicado el presente
año la primera novela de Andrés Emilio León: Descartable.
Se trata de una obra en la que el protagonista, Héctor
Rodríguez, narra en primera persona y reflexiona sobre los avatares de su vida
en determinadas circunstancias.
A lo largo de la lectura, se van detectando en la novela
algunas constantes que configuran tanto su estructuración como su sentido:
1. Paralelismos: entre la vida laboral, política si se
quiere, de Héctor como asesor de un Alcalde que pretende la reelección y su
vida sentimental de casado separado, que incluye múltiples aventuras con
mujeres muy diversas. También, entre las políticas públicas, todas
desvinculadas del ámbito de la cultura, (para el alcalde éstas no están en
agenda), y las políticas de la vida privada del personaje.
2. Tránsitos: en esta novela se transita por gran cantidad
de espacios guayaquileños, los más y los menos emblemáticos, mientras se miran
los lugares desde la perspectivas frustradas y frustrantes de un personaje que
no hace lo que quiere, no vive lo que espera o sueña e irónicamente aprende a
involucrarse con el mundo que critica y rechaza, desde una actitud de cinismo
sumo:
“Soy un gran mediocre…Soy excelente en
lo que hago, soy una bengala, me enciendo para celebrar, para que la gente me
note. Mi intención es brillar lo que más pueda, ser quien sale ganando en un
mundo donde nadie se lleva cosas buenas al final. De aquí debo sacar lo destacado…lo
único que me interesa es el arte, pero para serle sincero, si no me involucra, si
no salgo ganando, no sirve.” (104)
Pero la actitud no coincide con la mirada que añora lo que
auténticamente permite integrar una urbe. En el capítulo 8, Héctor nos habla de
las percepciones de su ciudad:
“Mi ciudad tiene un montón de cosas que
no entiendo… Los parques están cerrados, las ciudadelas están cercadas, los
malls están cercados, la Municipalidad está cercada… No puedo percibir realmente
los diseños de las casas (...) Los guayaquileños somos a veces un poco similares y
por eso no importan tanto lo de adentro, sino cómo lo cercas.” (47)
Y Héctor Rodríguez transita a la vez por caminos inestables,
inseguros, entre situaciones fugaces, intrascendentes, que se convierten en
descartables y descartable a él, por estar inmerso en ellas.
3. Crisis existencial: estos tránsitos paralelos se enmarcan
en lo que abre la historia al inicio de la novela: la ruptura de relaciones
entre Gaby, la esposa, y Héctor, motivo desencadenante de una crisis
existencial en el personaje quien intentará afianzarse a relaciones pasajeras,
intensa vida sexual y a su trabajo como asesor no escuchado de un alcalde al
que no le interesan, en realidad, los compromisos con la gente sino su propio y
personal interés político.
4. Referentes: Contado así parecería elemental y sencillo el
ensamblaje de esta novela pero cada situación de los dos relatos (vida
sentimental del personaje y vida política de y en la ciudad) van creando una
trama imbricada en la que aparecen como correlatos, múltiples referentes a
partir de los cuales, a veces de manera sutil, otras, muy directamente, se desmitifican las valoraciones superficiales fomentadas
por equivocadas políticas culturales y que han sido inoculadas en el imaginario urbano.
La obra está llena de estos referentes urbanos pero
definitivamente, también se transita por la memoria literaria, desde el
recuerdo y la mención de autores y obras de los años 30 hasta la inserción, no
solo de nombres de autores contemporáneos y sus respectivas obras, con citas
textuales de muchos de ellos: Solange Rodríguez, Eduardo Varas, Leonardo
Valencia, Luis Alberto Bravo, Miguel Antonio Chávez, Mónica Ojeda y muchos
otros. Igual, no se desperdicia la oportunidad de insertar referencias
pictóricas nacionales e internacionales. Todo ello, a veces, torna evidente el
ejercicio narrativo, más allá de la historia contada.
Entre los referentes culturales, aparecen también la
actuales tendencias musicales que se matizan con las reminiscencias de los
clásicos de la música pop. Y el disfrute de la violencia y el horror, sobre
todo en el cine gore, etc. Una de las amigas que Héctor frecuenta, Violeta o Violenta menciona:
“Me encanta el miedo, es como una droga
que me inyecto cada vez que voy a El Coleccionista de la Avenida Miraflores. Mi
dealer es Omaira, quien siempre me pasa por debajo una dosis fuerte de cine de
terror, porque eso me tranquiliza.” (91 – 92)
Así desfilan, muy bien caracterizadas las mujeres de la vida
de Héctor en esta historia, Gaby, Rebeca, Eva, Violeta, etc. La excepción será
Alegría, personaje especial, con quien Héctor entablará un tipo de relación
diferente. Es un personaje que deviene, por idealizado, más de la ficción que
de la realidad. Pero así piensa el personaje quien ratifica esa perspectiva al
referirse a la constante lectura semiótica que realizamos frente a la realidad:
“Leemos (los signos de la realidad) y
nos gusta. De paso nos dice de dónde venimos y es hermoso que no siempre
dependa de la historia, ya que debemos aceptar que a veces también venimos de
la ficción.” (118)
¿Venimos de la ficción? O por lo menos, somos usados para
ficcionalizar una realidad en la que se difuminan los límites entre lo uno y lo
otro. Desde un intento metaficcional, el personaje alude a ello:
“Muchas veces pensé que mi vida entera
es un gran cuento, una historia que alguien sigue escribiendo y justo hoy,
quizá, me doy cuenta de que es una novela. Por ahí esta persona que me manipula
y me usa también quiere acercarme a otra cosas que necesito ver…” (118)
Por ahí Andrés Emilio León sigue su camino de escritura.
Cecilia Vera de Gálvez
Texto preparado para la Feria Internacional del Libro de Guayaquil
Guayaquil, 9 de septiembre de 2017